Nietzche y la conciencia lúdica
Se me ha ocurrido llamarle “conciencia lúdica”. O “La Conciencia
Lúdica”. O como se le quiere poner, porque a fin de cuentas todo no es
más que un juego. Precisamente por eso Nietzsche perdió la razón y
acabó muriéndose antes de tiempo. Porque a pesar de todo se tomó
demasiado en serio. Se olvidó de jugar.
Haberse tomado tan
en serio siendo, como era y es, una de las mentes más agudas e
inconformes de la historia de nuestra civilización, demuestra que muy
pocos, ni siquiera los más dotados, están en condiciones de lanzar la
primera piedra. Y si en realidad estamos a las puertas de un nuevo
comienzo, de una resurrección en el ser interno –en el estar—, de un
golpe de timón verdaderamente transformador, es hora de empezar a
lanzarla. Ver las ondas diseminarse. Asomarse al fondo donde nadan los
peces de colores (ríete de los peces de colores).
De tan dotados acaban desangrados por sus cuchillos mentales. Estar
en el pueblo y no ver las casas. La mente rehén de la mente. El enorme
aparato del ego intransigente a merced de sí mismo, inmerso en su
círculo vicioso. ¿Qué fue lo que alcanzó el Buda a fin de cuentas? No
habría que leer demasiado para comprenderlo. Alcanzó la sabiduría a
través de la noción de “estar” –en oposición a la de “hacer” o incluso
“ser”—, en tránsito hacia la conciencia lúdica. Buda se reía de sí
mismo a solas consigo mismo. Fue ese su gran descubrimiento, y su gran
mérito haberlo llevado a la práctica. Conseguir reírse de sí mismo para
sí mismo, a la sombra del árbol de la vida. Lo que Nietzsche fue
incapaz de alcanzar a pesar de sus atisbos (“la madurez del hombre
consiste en encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”). La
madurez de la conciencia lúdica llevada a la práctica.