lunes, 10 de diciembre de 2012

Nietzche y la conciencia lúdica

Se me ha ocurrido llamarle “conciencia lúdica”. O “La Conciencia Lúdica”. O como se le quiere poner, porque a fin de cuentas todo no es más que un juego. Precisamente por eso Nietzsche perdió la razón y acabó muriéndose antes de tiempo. Porque a pesar de todo se tomó demasiado en serio. Se olvidó de jugar.
Haberse tomado tan en serio siendo, como era y es, una de las mentes más agudas e inconformes de la historia de nuestra civilización, demuestra que muy pocos, ni siquiera los más dotados, están en condiciones de lanzar la primera piedra. Y si en realidad estamos a las puertas de un nuevo comienzo, de una resurrección en el ser interno –en el estar—, de un golpe de timón verdaderamente transformador, es hora de empezar a lanzarla. Ver las ondas diseminarse. Asomarse al fondo donde nadan los peces de colores (ríete de los peces de colores). 
De tan dotados acaban desangrados por sus cuchillos mentales. Estar en el pueblo y no ver las casas. La mente rehén de la mente. El enorme aparato del ego intransigente a merced de sí mismo, inmerso en su círculo vicioso. ¿Qué fue lo que alcanzó el Buda a fin de cuentas? No habría que leer demasiado para comprenderlo. Alcanzó la sabiduría a través de la noción de “estar” –en oposición a la de “hacer” o incluso “ser”—, en tránsito hacia la conciencia lúdica. Buda se reía de sí mismo a solas consigo mismo. Fue ese su gran descubrimiento, y su gran mérito haberlo llevado a la práctica. Conseguir reírse de sí mismo para sí mismo, a la sombra del árbol de la vida. Lo que Nietzsche fue incapaz de alcanzar a pesar de sus atisbos (“la madurez del hombre consiste en encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”). La madurez de la conciencia lúdica llevada a la práctica.

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